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Álvaro García

The Wall: a 44 años del mítico muro pinkfloydiano

El 30 de noviembre de 1979 salió a la luz un disco que marcaría la historia del rock: The Wall de Pink Floyd. Pink Floyd terminó la gira “Animals” el 6 de julio de 1977 en Ontario, Canadá, y ocurrió un incidente que marcó el inicio de uno de los fenómenos musicales más grandes del … Leer más

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El 30 de noviembre de 1979 salió a la luz un disco que marcaría la historia del rock: The Wall de Pink Floyd.

Pink Floyd terminó la gira “Animals” el 6 de julio de 1977 en Ontario, Canadá, y ocurrió un incidente que marcó el inicio de uno de los fenómenos musicales más grandes del siglo XX: un fanático le exigió a Roger Waters en pleno concierto que se acercara hacia el público, lo que provocó que el bajista perdiera la cordura y se abalanzara sobre el fan para escupirle en la cara.

Al acabar el show, Waters comenzó un proceso de análisis sobre lo que había sucedido: era demasiado el hartazgo que le producían la fama y los mega conciertos masivos que estaban haciendo.

De esta manera surgió la idea de poner una barrera que dividiera al público del escenario, extendiéndose esta idea hacia todos los tipos de barreras que tenemos o nos ponemos como personas y así se creó la esencia de “The Wall”.

Roger creó una trama basándose en un rockstar ficticio llamado “Pink”. A través de la historia de este personaje exploró las barreras que todos ponemos para evitar afrontar nuestros miedos y errores.

Llegó el momento en que la banda estaba analizando qué camino seguir creativamente y Waters puso a discusión dos ideas para el futuro: una de ellas fue rechazada ya que era demasiado personal (lo que a la postre fue el álbum solista de Roger, “The Pros and Cons of Hitch Hicking”) y la otra era el ambicioso y descabellado proyecto THE WALL, siendo éste el escogido por la banda.

Así, Pink Floyd ingresó al estudio de grabación en abril de 1979, rolándose por estudios de Francia, Nueva York, Los Angeles y Londres. Roger Waters, David Gilmour y el afamado Bob Ezrin fungieron como productores

El ambiente al interior del grupo no era tenso sino lo que le sigue. Roger Waters no quería en la banda al tecladista Rick Wright y obligó a los demás a aprobar la salida de Rick del grupo, con la amenaza de disolver el proyecto si esto no se daba.

Así, la participación de Wright fue mínima y en los conciertos posteriores participó como mero músico de sesión, deslindado ya del grupo.

El resultado fue un disco conceptual, con letras agudas, filosas, a veces sumamente conmovedoras, cargado de críticas sociales, familiares (incluso temáticas edípicas) y a la industria de la música, y claro, el tema que siempre acompañó a Pink Floyd: la locura.

Es en gran parte una historia autobiográfica. Waters se proyecta de más en la trama, incluyendo el fallecimiento de su padre en la 2ª Guerra Mundial.

Por otro lado, se hacen notables alegorías a Syd Barret y sus problemas mentales y claro una dosis de ficción.

El personaje central, “Pink”, es un rockstar que se derrumba mentalmente en una habitación de hotel al estar en plena gira, al cual le llegan flashbacks sobre su vida, cargados de dolor.

En cuanto al sonido, éste se diferencia de otros álbumes de la banda por poseer un sonido más duro, crudo y directo, dejando de lado los largos pasajes instrumentales de discos pasados.

Nick Mason suena más potente que nunca en la batería. Hay un excelso trabajo de teclados, sintetizadores y de órgano Hammond, siendo éste último el que le da gran personalidad al sonido del disco.

Por su parte Waters siempre contundente en sus líneas de bajo (¿hay alguna línea de bajo más alabada y conocida que la de “Another brick in the wall 2”?).

En tanto que Gilmour luce enormemente con sus poderosos riffs, dulces armonías y sus solos de antología (para muchos críticos y fans el sólo de “Comfortably numb” es el mejor “solo” de guitarra de la historia del rock).

El trabajo vocal es sobresaliente, percibimos a un Waters que transmite muchísimo, llegando a ser a veces desgarrador y Gilmour con su ya característico tono vocal siempre armonioso.

26 temas componen esta obra maestra, si bien es cierto que tiene ciertos altibajos es innegable que estos son los menos, el disco trae grandes canciones de altos vuelos, siendo memorables “Mother”, “Hey you”, “Goodbye blue sky”, “Don’t leave me now”, “Vera” y la portentosa “Comfortably numb”.

La gira de este disco constó sólo de poco más de 5 conciertos, debido al costo que implicaba realizar la logística del evento: en pleno concierto decenas de personas del staff colocaban una serie de ladrillos gigantes de cartón, hasta levantar un enorme muro el cual al finalizar era derrumbado.

Dicho muro servía como pantalla en la que se proyectaban alucinantes imágenes creadas por Gerald Scarfe, además se utilizaban marionetas gigantes, se contaba con un equipo de sonido e iluminación de primer nivel. Son, por mucho, los conciertos más impactantes que se han realizado en toda la historia.

Para muchos se trata de una obra sobrevalorada e inflada, a mi parecer se trata de un disco clave en la historia no sólo del rock, sino de la música popular del siglo pasado.

Es un álbum ambicioso que cumple con su cometido: generar impacto, consciencia, hacer una cruenta crítica a todos los círculos humanos, pero haciéndolo de manera artística, elegante, original y virtuosa.

A 44 años de haberse dado el proceso creativo de The Wall queda claro que éste disco no ha perdido vigencia, al contrario, se sigue vendiendo y escuchando en la radio, a pesar de las modas y cambios en la industria musical, además de que la banda sigue ganando adeptos entre niños y adolescentes.

La pared pinkfloydiana sigue firme.

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