Mikel Erentxun, Elefante y Miguel Mateos en un mismo escenario: crónica del Tour México en Arena Monterrey.
El jueves 10 de noviembre sucedió en la Arena Monterrey el Tour México. Fue el tercero de cinco shows en el país. Era jueves, casi fin de semana. El pretexto merecía unos tragos, ya mañana inventaríamos las excusas del viernes. Letras, melodías y memorias en tres dosis: tres shows completos, tres exponentes del rock en español en el mismo escenario.
Minutos después de las nueve de la noche, sin preámbulo, una figura delgada y de sombrero subió al escenario acompañado de seis músicos: dos en la guitarra eléctrica, uno en el bajo, otro en la batería, y uno más en los teclados. Fue Mikel Erentxun el primero. No hacía falta gritar su nombre en el escenario, su voz, ¡incomparable voz!, bastaba de referencia, pero, por si acaso hubiere un despistado, lo confirmaba en la pantalla, que lució así durante toda su presentación.
“Vamos a brindar por esta noche tan bonita y tan especial”, propuso. Y nos arrojó a los brazos del recuerdo con las canciones que le dieron fama como solista y en grupo: “Esta luz nunca se apagará”, “Cartas de amor”, “Veneno” “Arde Madrid” “Esos ojos negros”, y las más coreadas: “A un minuto de ti” y “En algún lugar”. La garganta comenzaba a agarrar tono.
Los segundos fueron Elefante. “De la noche a la mañana” fue la elegida para comenzar. No faltaron los temas aclamados: “Sabor a chocolate”, “De la noche a la mañana”, “Así es la vida” y “Mentirosa”. Y con su sección vino también la primera fusión de la noche: Mikel los acompaño con “El abandonao”. La garganta se calentó.
El reloj marcó las once cuarenta y cinco cuando apareció en la pantalla una proyección en donde reconocimos a aquel rockstar de los ochenta que llevaba el cabello hasta los hombros y desataba el fuego de las fanáticas que se escabullían entre el personal de seguridad para acercarse a él en los conciertos, ese que al final tuvo el buen tino de elegir ser una estrella de rock, antes que presidente de la nación.
El sonido del lugar se elevó y el estruendo nos golpeó el tímpano. Acompañado de sus músicos: dos guitarras eléctricas, bajo, saxofón, batería, teclado y sintetizador, Miguel Mateos, el tercero de la noche, ensanchó el escenario.
“Esto va a terminar mal, boludos. Queridas y queridas regiomontanos, qué suerte volver a vernos”, dijo, y también dijo algo sobre la suerte que era estar ahí esa noche, y sobre lo que había costado, desde sus inicios con ZAS y siendo telonero de leyendas como Queen.
Fue una avalancha de éxitos, un concierto de rock y una ceremonia religiosa, pues fue curiosa la manera en que Miguel dirigió el show, dándonos instrucciones entre canción y canción de cuándo debíamos sentarnos o pararnos, “Sentáos, hermanas, hermanos”, decía, y entonces todos obedecíamos.
Los recuerdos habían llegado dosificados, en tres sets, con tres artistas, pero con Mateos venían en caballito. Escuchamos temas de su reciente material y esas que nos siguen arrancando la voz: “Llámame si me necesitas”, “Atado a un sentimiento”, “Obsesión”, que fue la locura, y “Si tuviéramos alas”, que cantó acompañado de Erentxun. Hubo pasitos de baile “que le robó a Maluma”, un solo de guitarra de su hijo Juanito Mateo, que lo acompaña en la gira, y hasta tuvo voz la denuncia. “No te calles, denúncialo” se leía en la pantalla, mientras “Lola” contaba su historia.
Los inconvenientes con el audio y las inevitables pausas para tratar de resolverlo no impidieron que aquel hombre de saco rojo hiciera lo que hace un verdadero rockstar: romperla. “Acá me la estoy peleando por ustedes”, confesó visiblemente incómodo.
“Cuando seas grande” clausuró la velada. Con ésta lo acompaño Elefante. Incontables celulares grabaron el momento en que el recinto retumbó, los amigos se abrazaron y los dolores dieron tregua.
Han pasado cuarenta años y su voz sigue intacta. Cuarenta años y sigue el espíritu implacable. Entre el público había fans que evidentemente iban llegando, unos 40 años más tarde nada más; pero eran pocos comparados con los que acudían al reencuentro. Fue una fusión de estilos y de generaciones, pero sobre todo de memorias personales. Al final la garganta explotó.