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Caifanes lleva su ritual a Monterrey en una noche llena de éxitos

La magia caifanesca hizo vibrar a los miles de fans en Monterrey.

Caifanes regresó a Monterrey y volvió a demostrar por qué aquí se les quiere, se les respeta y se les vive distinto. El Auditorio Banamex se transformó en un templo eléctrico donde miles de personas se reunieron para entregarse a un ritual que solo una banda como ellos puede provocar.

Desde que las luces se apagaron, la vibra cambió. La raza, jóvenes, veteranos, familias completas, soltó un rugido que anunció lo que venía: una noche intensa, emocional y cargada de recuerdos. Caifanes no salió a tocar; salió a guiarnos por un viaje que Monterrey conoce de memoria, pero que siempre se siente como si fuera la primera vez.

El escenario se iluminó con tonos enigmáticos. La banda entró con fuerza y precisión, dejando claro que venían a dejarlo todo en Monterrey. Saúl Hernández, con esa mezcla de serenidad y fuego que solo él maneja, se plantó al frente como un chamán moderno. Sus palabras, sus gestos y su presencia marcaron la pauta para lo que sería una noche catártica.

Caifanes ofreció un recorrido emocional por su historia. La banda soltó canciones que forman parte del ADN del rock mexicano, mezclando nostalgia con energía pura. Entre los momentos más intensos de la noche destacaron: “Aquí no es así”, “Quisiera ser alcohol”, “La Negra Tomasa”, “Metamorfeame” y la más cantada: “No dejes que”.

Diego Herrera hizo alarde de su virtuosismo al llenar el Banamex con los solos de su sax, Alfonso André, hizo lo suyo tocando la batería y cantando muchas de las canciones de los Caifanes, apoyando a Saúl en aquellos fragmentos donde las notas son muy altas.

La conexión fue absoluta. Cada pausa, cada frase y cada acorde se sintieron como una conversación íntima entre la banda y la raza regia. Hubo lágrimas, abrazos, sonrisas y miradas cómplices entre generaciones distintas. Hijos cantando con sus padres, viejos rockeros celebrando que la llama sigue viva.

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