El caso de la muerte de Chester Bennington ha removido los sentimientos de gran parte de la comunidad rockera.
Uno más que se va. Un ídolo más que ha decidido decir “adiós” y abandonar este plano, para descansar o acabar con el sufrimiento terrenal. Sí, me refiero a Chester Bennington.
La escena rockera apenas se iba reponiendo del impacto causado por la muerte de Chris Cornell y este día nos topamos con la amargura de un deceso más, de un suicidio más.
¿Qué habrá conducido a Chester Bennington al suicidio? No lo sabremos con certeza, tal vez una crisis existencial, problemas familiares, drogas, alcohol, la corrosiva fama, el detalle es que él tomó esa terrible decisión que nos pega a muchos de la comunidad rockera, seguidores o no de su trabajo.
Los ídolos se van y eso nos hace morir un poco con ellos. Y no me refiero a un fanatismo enfermo o rendir culto al suicidio en este caso, sino que ese ídolo no es solo un tipo que se para en un escenario o graba un disco. Va más allá de eso. Es el creador de parte importante del soundtrack de nuestras vidas y hay que recordar que la música no es sólo sonidos y silencios: la música es aromas, sentimientos, emociones, experiencias, recuerdos, lagrimas, sonrisas…la música es vida.
Cuando muere un ídolo muere también alguien que, sin quererlo ni saberlo, nos acompañó en varios pasajes de nuestra vida.